Los deseos afines

De Rusia a África. Tras el impactante El armario de acero, la editorial Dos Bigotes nos propone ahora descubrir otros amores en el continente africano, esos amores que según algunos presidentes ciegos no existen en sus países. Reconozco que era la primera vez que leía textos de autores africanos. Me han sorprendido por su cercanía: los he sentido más míos que muchas novelas occidentales que abarrotan magacines dominicales y secciones de novedades. Será por esos sentimientos a flor de piel de que hacen gala los dieciocho autores y autoras aquí incluidos.

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Con sus historias , vienen a demostrar algo que no por obvio resulta menos necesario: el amor puede existir en cualquier lugar.  En una gran ciudad o en medio de un poblado rodeado de arena roja. Ya lo dice Eduardo Mendicutti en el hermoso prólogo: «El corazón humano es igual en todas partes». Podrán prohibirnos, pero seguiremos naciendo y, por supuesto, amando.

Existe el miedo, eso sí: sobrevuela todos los cuentos como un buitre. Los personajes son acechados, espiados, fotografiados, descubiertos… Ese miedo no les frena, demasiado fuerte el impulso, pero sí les define. El miedo y las guerras y las discriminaciones raciales y el hambre y las ganas locas de avanzar, crecer. Hay muchos detalles que hacen especial a este libro. Su riqueza la vas descubriendo página a página, con la emoción como constante.

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Y es que no son historias de militancia sino de gente abriéndose paso aun en condiciones duras. Lo hacen con naturalidad, porque así es el mundo que han conocido. Hay historias sencillas como Se lo estaba buscando de Natasha Distiller: la entrega por amor encarnada en un cuerpo tatuado. Hay historias oscuras y excitantes como Un muchacho es un muchacho de Barbara Adair. En fin, lo mejor es sumergirse en todas ellas con los brazos abiertos. Dejarse despeinar por el viento, dejarse abrazar aunque estén mirando.

Si con el primer volumen los bigotudos prometían renovar el panorama literario LGTB, con Los deseos afines confirman que han venido para quedarse. Y eso, con libros tan bonitos como este, es una auténtica alegría. Siguiente parada: Imre, una memoria íntima.

No se nos había ocurrido, a ninguna de las dos, que existieran fronteras que no debiéramos cruzar, ni siquiera pensamos que pudieran existir. Tus frutas de jambula y las mías. Dos más dos igual a cuatro jambulas: hasta los números se ponían al lado de la suerte. ¿Nos estaría empujando el destino a estar juntas? Más bien fuiste tú quien me empujaste hacia ti, y caímos rodando por la tierra, que se nos pegó al pelo con toda su suciedad rojiza.

(Monica Arac de Nyeko, El jambul)

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