
El de ayer fue un Sant Jordi raro: por primera vez en muchos años no trabajé a destajo en mi librería, pero también por primera vez en muchos años alguien me regaló un libro en este día. Y es que si lo pienso bien, todos mis Sant Jordis siempre han sido raros.
Recuerdo un Sant Jordi en el instituto de Sitges, aterrorizado porque un relato mío había ganado un premio en los Jocs Florals, certamen literario que los centros de estudios organizan por esas fechas para fomentar la cultura. Estaba aterrorizado, sí, porque haberlo ganado implicaba tener que subir al estrado y leer mi cuento en público, delante de todos los compañeros, varios de los cuales me hacían bullying, aunque todavía no lo llamábamos así, simplemente ocurría. Lo que no recuerdo es cómo resolví la situación: tengo la imagen de subir la cuesta hacia el instituto, todavía ahora siento la opresión en el pecho, debajo del corazón, puedo ver el estrado y el micrófono preparados en el patio, al otro lado de la valla, pero no sé qué pasó después.
Recuerdo el Sant Jordi anterior o posterior a ese: sé que fue el de 1997 porque justo hacía una semana que había muerto mi abuela Fernanda y a mí me daba apuro comprarme un libro ese día. Mi madre me animó a hacerlo en homenaje a ella, que era la que me compraba muchos libros cuando bajábamos a Barcelona, siempre vistitábamos el Happy Books de camino al cine o recorríamos todos los puestos de libros de Paseo de Gracia cuando había alguna feria y siempre me compraba el libro que yo le pedía. Así que hice caso a mi madre y en homenaje a mi abuela aquel año también me compré un libro, la novela de Nissaga de poder, recién publicada, porque en aquella época mi máxima aspiración era acabar escribiendo una historia que atrapara tanto como aquellos culebrones de la tele.
Recuerdo el primer Sant Jordi que tuve novio porque no le gustaba leer y, claro, qué le regalas a un novio que no lee. A él le pasaba al revés: qué le regalas a alguien como yo que lee tanto que ya lo tiene todo. Recuerdo los Sant Jordis siguientes, cuando los dos afinamos el gusto del otro. Recuerdo varios años después el primer Sant Jordi sin pareja, cuando fui a comprarme un libro solo para mí. Recuerdo cada Sant Jordi con y sin pareja que hubo después: cada libro que le regalé al chico que me gustaba cuando ese día era un termómetro de la relación o de la ausencia de ella.
Recuerdo el primer Sant Jordi en cada librería que hemos tenido, los nervios de todas las semanas previas desembocando en ese día: no saber si has acertado con la selección de títulos, si los clientes responderán, si sabrás recomendar a todo lo que te pregunten, si lloverá y toda la ilusión se irá con la lluvia, pero al final todo sale bien de una manera u otra y comentamos lo bonito que ha sido y damos las gracias.
Recuerdo el Sant Jordi de 2014 que dejé un ejemplar de La noche nos alumbrará, mi primer libro, sobre la mesa de novedades de la librería, y una chica sin saber que era mío lo eligió para regalar a su pareja. Recuerdo también con cariño el Sant Jordi del año pasado, mi primer Día del Libro firmando libros, que tantas personas vinieron a la librería para que les firmara Hanakotoba: había salido el día antes y amigos, clientes y desconocidos lo elegían para regalar o autorregalar. Fui muy feliz sin dejar de firmar ejemplares mientras el día continuaba con su ajetreo habitual.
Y sí, el Sant Jordi de ayer fue muy raro porque todos lo pasamos en casa, porque no estuvo precedido de semanas haciendo pedidos, abriendo cajas ni poniendo etiquetas con descuento, porque no tuve que madrugar, porque por una vez pude comer bien y a una hora decente, porque la gente lo felicitaba más que nunca, porque dejaron rosas en los asientos del transporte público en homenaje a quienes no estábamos ahí. También porque un amigo fue tan atento de enviarnos un libro a sus amistades más cercanas. Y porque después de 11 años escribiéndola y puliéndola por fin publiqué el ebook de mi segunda novela, El vacío que dejan las estrellas.
No sé cómo será el 23 de abril del próximo año, deseo que las calles de nuestras ciudades vuelvan a llenarse de lectores, autores, rosas y libros, pero incluso ahora sé que será un día raro en el calendario, como todos mis demás Sant Jordis.