Tu vida va cambiando aunque no te des cuenta. Cambia la vida y cambias tú con ella. Lo haces a base de dar tumbos y resignarte, también gracias a algunos golpes de suerte. No, no puedes ser el mismo a los 10 años, cuando aún no conocías la palabra amor, que a los 18, ya enamorado de tu prima, ni a los 37, tentado de dar un volantazo definitivo a tu vida asentada. Por el camino, como en un río, se escurrieron los sueños, proyectos, romances sin empezar.
Como lector, lo mejor que te puede ocurrir es que un libro te atrape hasta el punto de devorarlo en un solo día. Uno de apenas 200 o 300 páginas, adictivo, que te permita habitar en su mundo durante 24 horas. Murakami tiene ese poder hipnótico y Hajime es uno de sus narradores más logrados. Su voz engancha; en cuanto empieza a contarte su historia, ya no escuchas nada más. Hasta aparecen grupos de japoneses por las calles y el metro de Barcelona, para que en los ratos que no estás leyendo, se mantenga la ilusión de que recorres Tokio.
Esta novela, además, tiene el morbillo adicional de partir de hechos autobiográficos. Al igual que su personaje Hajime, Murakami también regentó un bar de jazz. Leyendo el libro te lo imaginas a él ideando cóctels, planificando reformas, disfrutando en la barra de la música y del ambiente que ha creado. ¿Se sentiría así en pleno trance de decidir si lo dejaba todo? Seguramente sí: apostó por la literatura, y le salió bien la jugada.
Al sur de la frontera, al oeste del sol es una obra poco conocida. Quizá me esperaba agazapada, para llegar, como algunas personas, en el momento oportuno. Una tarde lluvia como otra cualquiera en la que todo cambia. O mejor dicho, sigue cambiando. Avanzando por su cauce hasta el mar.
«-Hajime -dijo-, cuando te miro mientras conduces, me dan ganas de alargar la mano y dar un volantazo. Si lo hiciera, moriríamos, ¿verdad?»