Con los cambios de vida llegan las despedidas. Otra ciudad, otro trabajo, una nueva pareja… y atrás va quedando esa gente a la que aprecias pero a la que, por una cosa o por otra, empiezas a ver menos. Los ritmos de vida ya no coinciden como antes. Y es triste. No debería ocurrir. Pero ocurre. Enuentros semanales que pasan a ser mensuales y, poco a poco, sin motivo aparente, se espacian… desaparecen.
El estilo nostálgico de Banana Yoshimoto se adapta bien a una historia donde la protagonista se despide del pueblo costero de su infancia al empezar una nueva etapa en Tokio. Se despide de sus tíos, que cerrarán el hostal para irse a la montaña, también de sus primas, en especial de Tsugumi, chica conflictiva que ante la amenaza de la muerte se defiende despreciándolo todo.
Juntas aprenderán en ese último verano compartido que la decisión de estar solas o acompañadas será siempre suya. Ellas abren la puerta o la cierran. Lo único que no se controla es el paso del tiempo, las lluvias que caen en silencio sobre el mar, las festividades siempre puntuales, el otoño imparable aunque el calor se agarre como las últimas hojas a las ramas.
Una historia de aprendizaje doble en forma de adiós que, sin embargo, no te deja triste. Al contrario, tienes ganas de atesorar recuerdos y usarlos para empezar con energía lo nuevo. La serenidad… Podrán quedarse muchas cosas por el camino, pero ella nunca. Mirando hacia ese mar que es y no es el mismo, lo sabes: hiciste lo correcto. Y ahora viene el futuro.
«Cada cual tiene que llevar el peso de lo que ha sido en cada momento, un revoltijo de cosas buenas y de cosas no tan buenas, y debe vivir cargando con ese peso a solas. Aunque nos esforcemos por ser agradables con las personas a las que amamos, siempre estamos solos.»