Colectivo LGTBI: como sigan añadiendo siglas, pronto más que personas pareceremos una fórmula matemática. Me gustaría una palabra bonita, agradable de pronunciar, para unirnos a todos. Y aún me gustaría más un mundo donde no hicieran falta etiquetas de ninguna clase. Sí, tenemos que luchar por esa utopía. Pero hoy en día, las etiquetas siguen siendo útiles, porque hacen visible lo que algunos preferirían que no existiera. En literatura, por ejemplo: si no fuera por las librerías y editoriales especializadas, pocas historias homosexuales leeríamos en España. Y esas pocas, se esconderían en el último estante.
Basta con consultar los catálogos de las principales editoriales. Solo arriesgarán en el caso de que el autor sea de reconocido prestigio… o la obra haya arrasado en ventas en otro país. Entonces sí, se sentirán legitimados: «mirad qué modernos somos que aquí también editamos esto». La publicación de ese mismo libro, sin un nombre o el éxito previo, no se plantearía. Incluso las editoriales rompedoras rara vez apuestan por historias así. Unas y otras piensan en números y la llamada «literatura gay» la consideran minoritaria, puesto que en teoría solo los propios gays la consumen.
Y por desgracia, muchas veces es cierto. Quizá porque se edita mucha bazofia aprovechando la excusa de la etiqueta. Pasa con cualquier nicho de mercado: la novela negra sueca, la chick-lit, la fantasía épica. En busca del filón, se pierden los filtros, publicándose todo, lo bueno y lo malo, alejando a cualquiera que no se atreva a correr el riesgo. El otro día un hombre me contaba que en su casa tenía 50.000 libros de historias homosexuales, no leía otra cosa, y sentí pena por todas las historias buenas que se habría perdido por el camino. Entiendo su necesidad de identificación, yo también vuelvo siempre a Terenci Moix cuando necesito comprenderme, pero sin olvidar que el drama de Madame Bovary me emociona como pocos ni toda las veces que sentí lo mismo que Jesse y Céline de Antes del amanecer, aunque nunca me haya enamorado e una chica ni haya pisado Viena. Por encima de todo, valoro que las emociones de los personajes conecten conmigo.
Quizá ese sea el camino a seguir. Olvidarse de los estudios de mercado y regresar a los sentimientos. No derribar las etiquetas, sino ampliar su alcance. Que un hombre con esposa, dos hijos y perro, pueda encontrar interesante un buen «libro gay», divertirse con las cosas que él nunca haría y asombrarse con ciertas afinidades que no esperaba. Al fin y al cabo, todos somos humanos. Nos gusta reconocernos, pero también descubrir nuevos puntos de vista que amplien el nuestro. En Haiku, disfruto cuando alguien entra y me suelta: «Apenas sé nada de Japón y no he leído a ningún escritor japonés, ¿qué libro me recomiendas?». Con la especialización, no hay que cultivar el aislamiento sino la curiosidad. Poco a poco, van apareciendo nuevas editoriales como Dos Bigotes o La Calle, que así lo entienden y apuestan por otros enfoques, otras voces, otros públicos.
No sé si El mar llegaba hasta aquí ya estaría publicada a estas alturas si narrara una historia de chico y chica. Al fin y al cabo, seguiría mezclando géneros dispares, seguiría siendo una primera obra (con todos los errores de principiante y aspectos mejorables que eso supone). Pero pienso que, si en vez de Leo y Adán, hablara de Leo y Eva, una de las barreras sí desaparecería. Claro que entonces sería otra historia, no la mía. Más allá de las etiquetas, queda la esencia. Dinámicas, dudas, ambientes característicos. Por eso, fui feliz cuando uno de los primeros lectores del borrador, heterosexual él, me dijo: «Ha sido divertido descubrir un mundo que no es el mío». A eso aspiro. A que mis mundos y mis formas de sentir interesen a otros, se acuesten con quien se acuesten. Una ruptura es una ruptura, pero la de Leo ocurrió así y así tuve que contarla.
Soy de los que piensa que todo eso de derechos LGTBI, colectivo gay y demás tontería debería desaparecer, no, más bien nunca debería haber aparecido. En mi opinión, los derechos gays no deberían ser un tema de discusión, la literatura gay no debería ser un género aparte… La verdadera aceptación llegará cuando todas esas etiquetas desaparezcan, y toda esta aceptación (en muchas ocasiones, realmente forzada) no sea necesaria porque no haya nadie que se plantee si el matrimonio homosexual es moral. Mientras tanto, se aumentarán las siglas, seguiremos hablando de literatura gay (un término ciertamente ridículo a mi parecer), la gente se seguirá asombrando de que Felipe y Letizia hayan recibido a gente del colectivo gay (como si eso no tuviese que haber sido hecho hace mucho ya) y que el Papa diga que acepta el matrimonio homosexual aunque no vaya a ser profesado por la Iglesia no será algo digno de alabanza, sino que heteros, bi y homos pondrán cara rara y pensarán ‘¿y éste qué derecho tiene a aceptar o no algo tan natural y humano como el amor?’.
Sobre el papel, sería lo deseable, sí. Pero tal como están las cosas ahora mismo, dejar de etiquetar equivaldría a la invisibilidad. Y muchos estarían encantados con eso, para ellos un «problema» menos. Nos quedan años hasta que dejemos de dar por sentado, hasta que abracemos a las personas tal cuál son, sin etiquetas.
En cuanto a la clasificación «literatura gay»… al final solo hay buenos y malos libros, como en todo. Literatura femenina, literatura fantástica, novela negra, novelones del siglo XIX… por comodidad, nos gusta buscar categorías, aunque realmente poco tengan que ver «Los hombres que amaban a las mujeres» con algo de Mary Higgins Clark.
Y ya no digamos en música, donde para algunos es un sacrilegio confundir death metal con nu metal (por decir dos estilos al azar). Así somos…
¡Un abrazo!
Si de verdad te gusta leer no tiene porqué importarte si son gltb, lo que de verdad te importa son las historias y lo que te transmite. Soy hetera y me da igual a quien amen sus personajes mientras me guste la historia, Uno de los problemas es la ignorancia y pensar en los tópicos que acompañan esas siglas. Espero que algún dia la gente se dé cuenta de que de todo hay en botica y que el hecho de tus preferencias sexuales no te definen ni como mejor ni peor persona, ni en la profesión ni nada.
Ay Sonia, ¡ojalá gracias a los buenos libros vayan apareciendo más y más lectores y lectoras como tú! En cine ya ocurrió con la película Weekend, que después de eso, mucha gente vio las historias de amor entre dos chicos con otro ojos y empezaron a estrenarse muchas más.
Gracias por pasarte y comentar. ¡Un abrazo!
Estaba distrayéndome un rato del estudio (estoy con exámenes de oposiciones, eso estresa mucho) y me he acordado de tu blog y me he puesto a leerlo (que llevaba mucho retraso por cierto). Antes de nada, ¡felicidades de nuevo! Y ahora voy a meterme en el asunto que tratas. No sé si será para el resto de la Humanidad (olvidémonos por un momento, de razas, religiones, sexo, etc.), pero en mi caso cuando leo «no hay género». Voy más allá. Creo que un lector, me da igual si es negro, blanco, amarillo, violeta…; si es humano o no (vamos a pensar por un momento que hay ETs camuflados entre nosotros); si musulmán, cristiano, ortodoxo, judío, hindú… ; Si es mujer, si es hombre, si no se considera ninguno o si es transexual… Me da igual en qué categoría quieres encajarlo (seas escritor, seas crítico, seas editor): un lector es un ente que lee. El ser humano es un ser muy peculiar que para sentirse bien, necesita «pertenecer a un grupo» (da igual su tipología). Por eso su afán por categorizar TODO. Eso incluye los libros. Tenemos libros de ciencia ficción, de género negro, de terror, cyberpunk, comedia, etc. Y digo yo… ¿Por qué nos empeñamos en etiquetar los libros y sus contenidos, cuando todos sabemos que un buen libro es un reflejo de la variedad que somos? Es decir, la Humanidad no es solo rubia, ni tampoco son todas mujeres, ni todos son judíos. La variedad y nuestra capacidad para adaptarnos a cualquier situación son las dos claves de nuestra supervivencia como especie.
Cuando me preguntan qué género leo… suelo pecar en el error de decir «leo libros». Es decir, para mí me es indiferente el género. Solo quiero una buena historia. Si está escrita por un japonés, por un inglés, por un español (me da igual su nacionalidad o de qué nacionalidad que se considere), mi interés no va por dónde es, ni quién es, ni cuál es su bebida favorita…
Mi interés es si puede mostrarme algo nuevo, algo mágico, una enseñanza o un nuevo misterio con el que soñar y aprender a la vez. Me es indiferente quién es el protagonista, su sexo y con quién se acueste. ¿La historia es buena? ¿La historia me va a atrapar? ¿Que la historia mezcla fantasía, ciencia ficción y género negro en uno y no se puede catalogar en ninguna? ¿Y? ¿Cuál es el maldito problema? ¿Que la historia está protagonizada por gays? (¿Y?) ¿Que está protagonizada por lesbianas? (¿Y?) ¿Que hay de todo y por eso es «indecente»? (¿Estás seguro con esa afirmación?)
Ya que estamos… Hay una novela «categorizada como ciencia ficción» titulada La mano izquierda de la Oscuridad, de una autora, por cierto, llamada Úrsula K. Le Guin. Me gusta porque piensa como yo. Le da soberanamente igual con quién se acuestan sus personajes, o qué son. Ella muestra historias, con gran transfondo moral y evolutivo (como especie) detrás. Esas son las historias que me gustan. O por ejemplo otra novela fascinante (sobre el lenguaje y el poder del lenguaje) en el que los «géneros» (de argumento y sexuales) se mezclan. Se titula EmbassyTown de China Melville. Ni idea si es un autor o autora. Como ya he dicho, me es indiferente, lo que me interesan son las historias, los libros.
Son dos ejemplos de que, poco a poco, hasta autores respetados, van perdiendo el miedo a que todo tiene que ser «encorsetado», «etiquetado». Todo esto viene porque los lectores, que leemos compulsivamente, no declaramos nuestros gustos públicamente.
El día en que los lectores reconozcan públicamente que leen libros y aman a sus autores por sus historias (sin catálogos, ni géneros), será cuando todos nos demos cuenta que, debemos preocuparnos más por crear buenas historias. Si el personaje protagonista es gay, es hetero, es bisexual, es rubio, es moreno, es violeta, es humano, es extraterrestre… Todo eso son rasgos que le identifican como ente. Son rasgos que nos permiten, a los autores, generar historias. Y eso, en literatura, sobre todo dirigida al entretenimiento, debería ser algo normal. Porque los seres humanos somos muchos, diferentes, únicos, con historias y vivencias propias que contar. Y que merecen ser contadas. Sin etiquetas, sin hipocresías y sin velos.
Por tanto, si como lector demando eso, como escritor debo ser capaz de escribir personajes que cuenten buenas historias. Da igual si son rubios, morenos, si son amarillos, violetas, si son gays o son de los que (no me interesa el sexo ni me siento atraído por nadie, por tanto no sé en qué categoría debo entrar), con quién se acuestan o si se acuestan.
La obligación moral de un escritor es escribir la historia que tiene en su cabeza, sin importarle si se va a ofender o no el lector o escandalizar con quién se acuesta su personaje. Ha de crear una historia. Su historia y que enamore a otros lectores, de igual forma que el autor (en general) está enamorado de su propia historia.
Por tanto, soy la primera en decir que… ¿Para cuándo el fin de las etiquetas en la literatura? Porque yo leo libros. Todos leemos libros. A ver si nos enteramos ^^.
Creo que se me ha ido un poco la pinza escribiendo, espero que se entienda lo que quería decir.