En busca de la portada perdida

Soy de esos lectores que se enamoran de un libro por su portada. Luego llegarán el sabor de la primera frase, los ecos que despierte la historia en mi interior… pero primero está el flechazo de la imagen impresa en cubierta. Hace que me acerque hasta un libro desconocido y lo rescate de la mesa de novedades. Así que imaginad la presión que siento al pensar en portadas para mis historias. Desearía que provocaran en los demás ese magnetismo.

El mar llegaba hasta aquí (Portada provisional)

A lo largo de estos 3 años desde que empecé a escribir El mar llegaba hasta aquí, muchas imágenes candidatas han desfilado por mi mente. Algunas con más fuerza que otras. Sigue leyendo

La «literatura gay»: ¿limitación o necesidad?

Colectivo LGTBI: como sigan añadiendo siglas, pronto más que personas pareceremos una fórmula matemática. Me gustaría una palabra bonita, agradable de pronunciar, para unirnos a todos. Y aún me gustaría más un mundo donde no hicieran falta etiquetas de ninguna clase. Sí, tenemos que luchar por esa utopía. Pero hoy en día, las etiquetas siguen siendo útiles, porque hacen visible lo que algunos preferirían que no existiera. En literatura, por ejemplo: si no fuera por las librerías y editoriales especializadas, pocas historias homosexuales leeríamos en España. Y esas pocas, se esconderían en el último estante.

Literatura gay

Basta con consultar los catálogos de las principales editoriales. Solo arriesgarán en el caso de que el autor sea de reconocido prestigio… o la obra haya arrasado en ventas en otro país. Sigue leyendo

Frases que nunca pensé que escribiría

«Estamos interesados en publicar tu novela.» Después un año mandando el manuscrito a diversas editoriales, por fin una respondía a mi propuesta con la ansiada frase. Por si fuera poco, este email lo recibí el 23 de Abril, Sant Jordi. Fecha simbólica. El texto decía más cosas, pero la única que pude leer y releer aquella noche era esta: «Estamos interesados en publicar tu novela.» ¡No me lo creía!

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Pasado el entusiasmo inicial, tocaba tratar asuntos más terrenales. Las correcciones que me pedían. Y claro está, el contrato editorial. Sigue leyendo

Ánima

¿De qué trata tu novela? Te lo pueden preguntar mientras la estás redactando. Te lo pueden preguntar después, cuando ya está terminada. Y siempre cuesta responder, porque en tu cabeza hay tantas líneas de diálogo que no acabaron en sus páginas, tantas escenas clave, tantos momentos de los que estás orgulloso, que podrías decir que tu novela va de mil cosas y aún te quedarías corto. Pero no: solo va de una. Y para saber de qué, tienes que escribirla. Empiezas escribiendo una novela de vampiros y acabas escribiendo la historia de una búsqueda: amor, vocación, identidad.

En un reality show de escritores que se emite en Italia, una de las pruebas era defender un manuscrito delante de un prestigioso editor. Tenían un minuto para contarle de qué trata su libro. Me parece una de las cosas más difíciles; no diré que resumir una novela en apenas ocho o diez líneas cueste tanto como escribirla y pulirla, pero casi. Yo tuve que hacerlo para uno de esos pasos a los que tienes que enfrentarte sí o sí cuando pretendes llegar a publicar algún día: la propuesta editorial. En una o dos páginas tienes que vender tu libro, convencer a alguien para que no solo lo lea, también que invierta dinero.

Hay guías como Marketing para escritores, hay plantillas, hay consejos contradictorios… y aunque intentas seguirlos al pie de la letra, piensas si haciéndolo no se estará perdiendo lo más importante de tu historia: el alma. Pero es que en este paso, el cariño hay que dejarlo a un lado (por duro que suene). Tienes que ponerte el traje de vendedor, ser sincero, no desvelar más de la cuenta y dejar que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones. Porque esa es otra: una misma historia la habla de forma distinta a cada persona que lo lee. Por eso, quizá recomendaría que a la hora de redactar la sinopsis nos ayude más gente. Ello verán con mayor objetividad nuestro libro, incluso pueden aportar ideas.

Hace dos meses, por ejemplo, un amigo me pidió que valorara la sinopsis que estaba redactando para su segunda novela y aunque yo no la había leído todavía, me bastó con recordarle las cinco o seis palabras con las que me la había «vendido» una noche que me habló de ella. Igual contribuyeron los gin-tonics, pero en ese momento, con tan poco, apenas una pincelada, sentí la necesidad de leer el libro. Es el efecto deseado de una buena sinopsis. Invitar a descubrir, no formar una imagen exacta e inequívoca en la mente del lector.

Con mi libro La noche nos alumbrará, he ido cambiando sobre la marcha su descripción y de hecho, nunca estuve seguro de cómo definirlo ni en qué categoría debía clasificarlo. Y es que, ¿cómo diseccionas un recopilatorio de textos de un blog? No es ficción, no son artículos periodísticos, no es un libro de autoayuda. Fui probando combinaciones hasta que varios lectores me lo definieron como pequeños cuentos. Y opté por ahí. Sin ellos nunca lo habría valorado así. Supongo que, en el futuro, será una de las cosas buenas de contar con un editor que trabaje codo a codo conmigo: me ayudará a ver mi novela con ojos distintos. Más sabios, más comerciales, más seguros. Quizá solo entonces descubra de qué trata realmente El mar llegaba hasta aquí y podré explicároslo.

Las mil y una noches

«Haz caso, escucha bien.» Si alguien me pidiera consejo a la hora de revisar o dar a conocer su obra, este sería el único que le daría. Y lo diría desde el reconocimiento de ser alguien que no siempre sabe escuchar. Hay que hacer caso a los consejos de otros y también mantenerte fiel a tu obra. Parece contradictorio, pero diría que en ese cruce de caminos está la X del mapa del tesoro.

Todo se puede mejorar. En especial, ese manuscrito en el que llevas tanto tiempo trabajando. Mientras lo escribías, llegaste a creer que sería el mejor del mundo, y así debe ser, porque si algo no te entusiasma, ¿para qué lo escribes? Pero luego llega la revisión. Las revisiones, la auténtica odisea: pulir y pulir y seguir puliendo hasta que de puro desgaste, la piedra brilla. Es mejor revisar en frío: guardar la obra en un cajón y solo volver a ella cuando tus ojos sean lo más parecido a los de un lector virgen. Entonces tacharás sin piedad todo lo que no sirva y se sorprenderás ante las frases bien escritas, que también las habrá, igual que te sorprenderías de un libro que acabas de coger de la mesa de una librería cualquiera.

Me produce mucha ternura cuando alguien pone, generalmente en Twitter, que ha empezado a escribir una novela y que calcula que en cosa de 6 o 12 meses podrá moverla por editoriales y concursos. Ternura porque yo también hice mis cálculos con El mar llegaba hasta aquí y al final, si lo pienso, he pasado más tiempo revisándola que escribiéndola. Si es que revisión y escritura no son lo mismo, en realidad.

El primer borrador tardé menos de 4 meses en redactarlo: de Agosto a Noviembre de 2011. Fueron noches intensas donde las palabras fluían solas. A lo largo de Diciembre lo pasé a limpio y durante año y medio estuve revisándolo, hasta que por fin, plantándome ya en Mayo de 2013, imprimí el manuscrito, lo llevé al Registro, lo mandé a los amigos y me armé de valor para mandarlo también a agencias literarias y editoriales diversas. Entre Julio y Agosto, animado por las opiniones de esos primeros lectores, modifiqué algunas cosas, muy pocas y muy pequeñas, y entonces consideré que después de dos años de idas y venidas, ya estaba bien de cambios y el mar se quedaría como estaba. Había partes que aún se podían mejorar, pero me sentía cansado y no me creía capaz de enderezarlo más. Aquella era la mejor novela que yo podía escribir. Fin.

Como sea que en ninguna editorial ni agencia encontró su lugar, aparqué el manuscrito en un cajón (en un armario, en realidad: los dos cuadernos, todas las copias impresas, el atril que me regalaron para exponer el primer ejemplar, las plumas que también me regalaron para firmarlo, incluso guardé el marco con un prototipo de portada). Dolía, no nos vamos a engañar. Dolía que más allá de familia y amigos, nadie compartiera mi entusiasmo. Había gastado todos los cartuchos y necesitaba aclarar la mente, así que me embarqué en nuevos proyectos: La noche nos alumbrará, entre otros.

Y en esas estaba cuando un amigo escritor me pidió leer El mar llegaba hasta aquí. Acabábamos de conocernos en persona después de más de un año de interactuar por las redes y saber el uno del otro por un amigo en común. Era Diciembre de 2013 y yo llevaba tiempo sin mandarle el manuscrito a casi nadie; se había convertido en ese hijo feo del que prefieres no hablar mucho. Pero a mi amigo se lo mandé porque después de charlar de Murakami y de otros gustos en común, pensé que si él no comprendía mi libro, quién iba a hacerlo. Se lo mandé y él lo leyó y me dijo muchas cosas, pero de entre todas sus críticas y sugerencias, bastó una frase suya para que todo cobrara sentido.

Muchos amigos que lo leyeron antes opinaban parecido, pero solo ahora que yo ya no aspiraba a nada (me había bajado del burro, si queréis), solo ahora comprendí que todos estaban en lo cierto, cada uno a su manera. Todo se puede mejorar y más importante: ahora sabía cómo hacerlo. Descubrí que podía cambiar algunos capítulos, incluso quitarlos, sin que la novela perdiera fuerza. Al contrario. Podé, reencaucé aquello que siempre estuvo ahí, potencié otros elementos ya presentes y antes de darme cuenta, todos los consejos anteriores confluyeron. En una novela, todos los elementos trabajan juntos. Tiene que ser así, tienes que hacer para que así sea. Por eso, cuando tuve la llave del timón, fue rápido. Un pequeño cambio en un capítulo daba sentido a los siguientes. Me volví a enamorar de algunas frases y encontré las que faltaban. Apenas me llevó una semana, y sin ordenador propio. Y así el manuscrito se convirtió por fin en novela. En la mejor novela que yo podía escribir aquí y ahora.

Han pasado dos años y medio desde que escribí sus primeras frases y El mar llegaba hasta aquí empieza a dar unos pasos diminutos que hace apenas unos meses no creía posibles. Por fin comprendo que todo el proceso fue necesario. Gracias a todos quienes han formado parte de él, de una forma u otra. Veremos en qué puerto toca recalar. Así pues, a los que estéis escribiendo, mi humilde consejo es: haced caso, escuchad bien. Permitid que os lean. Puede que no sea ahora mismo, pero algún día todas esas opiniones y todos esos consejos cobrarán sentido.