A menudo me preguntan si me gustaría vivir en Japón. Y no tengo que pensarlo mucho para responder que no. Las cosas que te gustan se ven más bonitas desde fuera. Entonces puedes quedarte solo con lo bueno. Pero aun así, confieso que me puede la curiosidad: ¿cómo es el día a día de los jóvenes japoneses? ¿Cuáles son sus sueños, aspiraciones? ¿Cómo se ganan la vida? Busco la respuesta en las novelas de Murakami, Kawakami, Banana Yoshimoto… y ahora también en mangas como este.
Solanin es una obra costumbrista sobre los pequeños y grandes reveses de la vida. Primero te gana por su bellísimo dibujo; pronto son los personajes, muy humanos y bien caracterizados, quienes te conquistan. Capítulo a capítulo, compartes con ellos el desgaste de los trabajos basura, la ilusión ante un nuevo rumbo, la pasión por la música. Tocar en un grupo es su válvula de escape. Momentos de catarsis en medio de una ciudad donde son uno de tantos peones que solo pueden moverse cuando lo marcan los semáforos.
Y siempre habrá días en que te rías con ganas nada más levantarte, te sentirás invencible, pero pronto te hundirá cualquier minucia (un comentario jocoso, una discusión en la cocina), y no querrás salir de la cama, hasta que una mano amiga te vuelva a sacar al sol, a los paseos junto al río, a los conciertos donde todo vuelve a cobrar sentido.
Puede que nunca vivamos en Japón. Puede que nunca lleguemos a tener esa vida a la que aspirábamos. Pero, pase lo que pase, tendremos nuestra canción.
¿Lo tienes en tu tienda?
¡Sí! Desde ya, uno de los fijos de Haiku.