La fuerza del destino: un día un gato entra por la puerta y todo cambia. Dejas de escribir tanto para mirar cómo juega, piensas en eso que le darás de comer, intentas cogerle en brazos aunque sepas que volverá a escaparse. Sin saberlo, le has invitado a tu vida. A él, que tanto juraste que no te gustaba.

La relación entre Chibi, el gato del título, y la pareja protagonista deja huella porque no se necesitan y, sin embargo, se buscan. Día tras día, a lo largo de varios años. Son esas pequeñeces que repites sin pensarlas, solo porque te hacen sentir bien. De paso, el autor aprovecha para hablar de la posesión, de los cambios sutiles, del legado.

Nada es tuyo, estás de paso: en esta casa con jardín, en esta ciudad lejana, con esta compañía. Pero por un momento, piensas: «¿y si esta felicidad fuera para siempre?». No puedes evitarlo. Es la tentación original, creerte dueño del paraíso. No te sientes culpable porque sabes bien que otros pasaron por lo mismo.

En fin, una pequeña novela que se escurre como un gato. Poética, íntima. Aunque crees entenderla, siempre hay algo que se guarda para sí misma. No eres tú su dueño, es justo al revés. Acaricias sus páginas, a pesar de todo, disfrutando de ese poco rato juntos. Sí, hasta que el viento cambie, vas a disfrutarla.

«Para los seres vivos, sin embargo, dar media vuelta en determinado punto del camino, deslizarse hacia el interior a través del intersticio de una puerta, ¿no es acaso un gesto espontáneo, un gesto de la misma naturaleza que el que hace brotar un arroyo? Algo que se repite de sol a sol hasta formar una corriente que un día desembocará en un río más caudaloso…»