This town forgets too early

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Cuántas vueltas tuviste que dar para encontrar lo que estaba cerca. Solo en Tokyo, en la cuarta planta del Tower Records de Shibuya, te atreviste a preguntar qué canción estaba sonando. Sumimasen, ima no uta wa nan desu ka? Una guitarra retozando entre sintetizadores, un chico cantando en inglés algo que todavía no entendías. La certeza de que en cuanto dejase de sonar perderías tu oportunidad: ese fue tu trampolín.

El solícito dependiente te entregó un disco antes de alejarse. «Let’s get lost», se titulaba, y escuchándolo en el avión de vuelta, supiste que tú acababas de encontrarte. Ironía: tras aquella portada de palmeras  californianas se escondía un grupo de Barcelona, como tú. Podrías pensar que el viaje no tuvo sentido, pero lo necesitabas para aprender a mirar las cosas nuevas que ya te rodeaban.

Fotografía: Teruo Araya.

Alma salvaje

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Entré en el cine esperando un pastelón. Iba mentalizado. Ya me parecía bien. A veces apetece saber de antemano lo que te vas a encontrar. Pero mira por dónde, en vez de eso disfruté de una película poética, a ratos durísima, a ratos encantadora (sobre todo cuando sale Laura Dern), siempre bella gracias a los paisajes de Estados Unidos Sigue leyendo

A far l’amore comincia tu

Si algo aprendí en Roma (y allí aprendí unas cuantas cosas) es que no puedes planificar las cosas. Está bien tener intenciones iniciales, incluso trazar una ruta prevista. Solo por si acaso. Pero luego hay que ser flexible. Porque por mucho que tuerzas a la izquierda, es posible que llegues justo al extremo opuesto. O que ni siquiera llegues, aunque la calle fuera tan recta que perderse parecía imposible. Y es que la mayoría de las veces no basta con las ganas. En ese restaurante donde había una mesa libre no te dejaron sentarte por ir solo, esos camareros preferían otros comensales con más dinero o mejor aparencia; en cambio, en el restaurante de enfrente, más concurrido, enseguida te han señalado la mejor mesa. Prego.

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De la forma más inesperada, todo se alinea. Convencido de que pides una cosa, te traen otra distinta que sabe aún mejor. Que se convierte en tu nueva favorita. Que ya no podrás prescindir de ella. Y pensar después que no ibas a venir aquí y ni siquiera era lo que querías. Es como si el azar te conociera mejor que tú. En cada viaje, ¿te reconcilias contigo mismo o te reinventas sin saberlo? Brindas a la silla vacía, quizá intuyes que cuando regreses algún día no lo harás solo. Sí, allí habrá alguien que quiso quedarse. Y descubrir cómo funciona la improvisación. Juntos seréis tímidos que saltan.

Y gané el concurso de solteros con recursos

Cuando viajas solo, los demás te miran con pena. Los matrimonios con hijos, las parejas acarameladas, las tres amigas de edades dispares y borracheras parecidas. Sienten algo de curiosidad también, pero sobre todo lástima. Si piensas, porque igual estás triste, cuchichean. Si lees, porque solo así llenas las horas. Y las tareas más sencillas cuestan porque nada está diseñado para que alguien viaje solo. Incluso la cama del apartamento es demasiado grande, no le ves la gracia a eso de tener tanto espacio. ¿Mesa para uno? ¿Nada más? ¿Puedo llevarme esta silla?

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Claro que también encuentras cómplices cuando viajas solo. Sigue leyendo

Viajo sola

¿No tienes la sensación de que la vida solo les ocurre a los demás? Ellos se casan o tienen hijos o cambian de piso o experimentan nuevas sensaciones mientras tú continúas un viaje lento, sin rumbo ni tiempo para un descanso, entre halls anodinos y siempre saludando con una leve inclinación de cabeza a desconocidos, por cortesía o por tener una fugaz sensación de compañía.

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Y es que uno puede sentirse solo incluso en lugares maravillosos. Dan igual las vistas y las ciudades. Te asomas a una panorámica exótica mientras el sol se pone y se escuchan unos cánticos a lo lejos. En ese momento mágico, aunque haya más gente en las otras mesas, nadie te habla. Sigue leyendo