¿No tienes la sensación de que la vida solo les ocurre a los demás? Ellos se casan o tienen hijos o cambian de piso o experimentan nuevas sensaciones mientras tú continúas un viaje lento, sin rumbo ni tiempo para un descanso, entre halls anodinos y siempre saludando con una leve inclinación de cabeza a desconocidos, por cortesía o por tener una fugaz sensación de compañía.

Y es que uno puede sentirse solo incluso en lugares maravillosos. Dan igual las vistas y las ciudades. Te asomas a una panorámica exótica mientras el sol se pone y se escuchan unos cánticos a lo lejos. En ese momento mágico, aunque haya más gente en las otras mesas, nadie te habla. O no de la manera que querrías. Quien te acaricia el pelo es la brisa y no la mano deseada. Bebes tras brindar con el vacío. Aguantas la sonrisa, solo por si acaso.

Viajo sola es una comedia triste. Quizás el título no sea el más atractivo del mundo (de hecho, no lo es), pero no había uno más adecuado. De París a Marrakech, de un albergue suizo al caos berlinés, la protagonista irá siempre en busca de un espejo, uno que le devuelva una imagen de sí misma que no esté deformada. Volver a reconocerse no es fácil cuando has olvidado quien eres. Te has acostumbrado a una vida exigente y ahora no puedes echar el freno a la primera de cambio. Fuiste dejando tantas cosas atrás que ya no sabes si quedará alguna por delante.

Dicen que los viajes son aprendizajes. ¿Qué aprenderías si te pasaras la vida viajando? ¿Descubrirías que la libertad se parece demasiado a la soledad? ¿O que los vasos debidamente alineados en el mantel no son tan importantes como unas sábanas bien deshechas? Puede que la verdadera libertad ya la tengas. Que solo necesites ejercerla. La libertad de elegir en cada momento si viajas sola o acompañada.