El vaivén del barco meciéndose al ritmo de mi música.
Los últimos ciclistas pasando de largo y las hojas de las palmeras susurrando en lo alto.
La enorme luna llena, más allá de los mástiles y las velas, haciéndose valer entre nubes negras.
Allí me senté. Una piedra convertida en banco.
Estaba presenciando un instante irrepetible y quería disfrutarlo.