Nunca te fíes de alguien que huye. La vieja advertencia de mis padres regresa ahora que ya nos hemos convertido en fugitivos. Por suerte, ellos no viajan con nosotros. Solo estamos tú y yo y esta carretera recta que intuimos entre la arena oscura. El crepitar de la radio nos hace saltar en los asientos como lo haría un incendio aquí dentro. Las voces de David Bowie y Freddie Mercury llegan lejanas, cada sílaba recorriendo una distancia insalvable hasta nosotros. Quizás viajan desde aquellas dunas que nunca se mueven en el horizonte. Tú te sumas a cantar: “It’s the terror of knowing what the world is about.” Recitas con un pie en el acelerador, el tupé al viento y la sonrisa burlona de quien se sabe bueno en algo. Desearía unirme pero no me sé la letra así que solo chasqueo los dedos. Detrás del coche unas pocas libélulas revolotean al ritmo de las percusiones antes de combustionar y volverse ceniza. “Insanity laughs, under pressure we’re breaking”. La música sube, los gritos se vuelven más nítidos, y tú cantas cada nuevo verso con mayor entusiasmo: “Why can’t we give love that one more chance? Why can’t we give love, give love, give love…?” Cuando debería llegar el último intercambio entre Freddie y Bowie, la única parte que recuerdo, justo entonces la canción se corta en seco. Desaparece como un fantasma al llegar el día. Me quedo con la boca abierta y mi último chasquido se funde con el silencio. Tú continúas conduciendo como si no hubiera pasado nada, tu camiseta granate contrastando con la barba rubia. Más allá de las dunas, el sol del amanecer asciende y asciende para quemar el cielo. De la tierra emergen troncos calcinados para atraparlo pero no lo consiguen. Tampoco nos atrapan a nosotros. Ahora somos dos fugitivos que han dejado atrás todo lo que ya no importa.
—¿Desde cuándo cantas tan bien?
—Venga, deja de disimular. Lo sabes perfectamente.
—¿A qué te refieres? Yo no sé nada, ¡pero si acabamos de conocernos!
—Te juro que iba a felicitarte por lo bien que disimulabas. Antes de huir era cantante. No muy conocido, tampoco te creas… Pero saqué un disco hace cuatro o cinco años que sonó bastante.
—¡Cántame algo tuyo!
—Si te portas bien, quién sabe…
—Y supongo que tu nombre es secreto.
—Nada de nombres. Es lo que acordamos, ¿no? No debería haberte dicho nada.
—¿Por qué dices eso? Me gusta saber cosas de ti para ir conociéndote.
—Es que esto ya me lo sé de memoria. Ahora todo, todo lo analizarás a partir de ese dato: el cantante famoso. Me reducirás a eso pero soy más cosas, ¿sabes?
—¿Como cuáles, por ejemplo?
—Así en frío no lo sé, pero soy muchas más cosas. Te lo aseguro. Mira: sé cocinar. Se me dan muy bien las galletas, las tartas… la repostería en general.
—¡Qué suerte tenerlo tan claro! Yo creo que hui para saber qué o quién soy, lo que me gusta, hace tiempo que dejé de saberlo.
Pingback: El vacío que dejan las estrellas (2) | Sombras de neón