Recuerdo estar en la cama y girarme hacia ti, emocionado. Acababas de poner la nueva canción de Adele. No sé si todavía la seguirás escuchando, pero entonces ella te gustaba mucho, desde el primer disco. «¿En serio es la chica de Chasing Pavements?», te pregunté. Algo le había pasado en la voz. No exactamente madurez: ahora cantaba sin miedo a desatar sus sentimientos. Aquella mañana de invierno tú y yo lloramos juntos al ritmo de Rolling In The Deep. No sabíamos que pronto lloraríamos de verdad, comprendiendo al fin cada palabra que ella desgranaba.
Años después, recuerdo estar en Roma y sentirme como Adele en París. El verano se alargaba; era lo único que no había terminado demasiado pronto. Cada noche, junto al Tíber, susurré Someone Like You. Tú eras otro tú: nos empeñamos en buscar recambios irrepetibles. Me daba igual. Esos días, de entre todas las ruinas tú eras la única ruina que me importaba. Aún no había aprendido a reírme de todo aquello.
No sé si recordaré dónde estaba esta mañana de otoño. Cuando le di al play solo para descubrir que Adele ya no me emociona como antes. Y eso que la chica se esforzaba. Miraba a cámara y gritaba cada sílaba, pero yo la notaba a miles de kilómetros. Será que ahora no hay un tú. O que ha habido tantos que ya nada puede ser lo mismo. Añoro emocionarme con las pequeñas cosas, con las canciones nuevas que lo cambian todo un poco. No añoro estar junto al teléfono deseando decirte hola, aunque sé que acabaré haciéndolo. Hasta entonces procuraré disfrutar esta calma. Sé que luego, cuando llegues, la echaré de menos.
Fotorafía: Cain Q.