Sin móvil para hacerles fotos, veo todas esas fachadas por primera vez. Aunque estén en la calle de siempre, a mí me parecen nuevas. Sé que, en realidad, los nuevos son mis ojos; esos edificios llevan ahí años, desde mucho antes de que yo naciera. Pero hoy veo, admiro, reconozco. Recuerdo por qué me gusta mi ciudad. Y me da pena no poder sacar una foto de este momento, subirla corriendo a Instagram y perder más tiempo eligiendo filtro que haciendo clic. Me da pena pero también reconozco que, de haber traído el móvil, no habría levantado la vista, tan concentrado en naderías. Me habría perdido las vidrieras de colores, las filigranas en los balcones, las flores abriéndose paso entre el yeso. De vez en cuando hay que desconectar para volver a conectar.