Me impacta. Me impacta que alguien capaz de escribir este discurso inspirador y optimista también fuera capaz de quitarse la vida. Igual que me impacta todavía que Whitney Houston, cantando temas como Greatest love of all o I didn’t know my own strength, pudiera abandonarse a sí misma como lo hizo.

Leyendo este libro, o breve texto, no me quitaba de la cabeza el suicidio de David Foster Wallace. La pena que sentí con la noticia porque sus libros me habían amenizado los trayectos hacia muchos trabajos basura, las esperas entre llamada y llamada.

Y de eso habla él aquí, en Esto es agua. De cómo buscar la plenitud en el aburrimiento. De entender que no somos el centro del mundo, pero sí el centro de nuestra vida. Y siempre lo entendemos al revés. Como yo, que el domingo me indigné porque llovía a cántaros y en el museo había demasiada gente, una cola enorme, así que me quedé sin exposición y a modo de consuelo me compré este libro. No lo compré en París ni en Sevilla, tuvo que ser una solitaria mañana de otoño en Barcelona, cuando las hojas por fin decidieron caerse.

Estoy convencido de que Wallace creía en esto que escribió. Que al hablar delante de unos estudiantes a punto de graduarse, realmente lo hizo creyendo en que les decía la verdad. Les pasaba la antorcha de una fórmula mágica para seguir vivos. Igual que Whitney creía en aquellas canciones fortalecedoras. Pero los artistas no escriben ni cantan para el público, sino para sí mismos. Para recordarse lo que tan fácil olvidan. Y aun así parece que lo olvidan, la mayoría de las veces. Al menos nos quedan sus palabras en la mesita de noche. Gracias, David.

«La conciencia de algo que es tan real y tan esencial, y que está tan oculto delante de nuestras narices y por todas partes, que nos vemos obligados a recordarnos a nosotros mismos una y otra vez: esto es agua. Esto es agua.»