Hemos dejado de percibir lo que ganaríamos. Tenemos tanto a la vista, tantísimos abanicos de posibilidades, que ya solo nos quedan ojos para lo que podríamos perdernos. Y así vamos dando tumbos, diciendo que no encontramos lo que ni siquiera buscábamos, porque nos daría miedo encontrarlo. O no lo decimos: lo escondemos directamente. En cambio, nos hinchamos a hablar de libertad y apertura, de modernidad como si la hubiéramos inventado nosotros, hablamos para parecer fuertes y no vulnerables como bajo el chorro de la ducha. Nos reímos mucho a modo de defensa, envidiamos a escondidas a tantas parejitas, y más ahora que vendrá el frío. Las odiamos por haber tenido más suerte en el azar. Y nos conformamos con lo breve, qué remedio, como si muchas brevedades pudieran formar algún día una eternidad.