
Fotografía: Théo Gosselin
En los borradores iniciales de El vacío que dejan las estrellas, tuve que luchar contra un enemigo invisible: la elección de un narrador equivocado. Cuando por fin elegí el adecuado, las escenas fluyeron con una facilidad pasmosa, pero antes tuvieron que pasar muchos años y unos cuantos manuscritos hasta dar con esa voz que necesitaba mi historia.
No hay reglas mágicas porque cada libro requiere un narrador distinto donde también influye el punto de vista de cada persona que se sienta delante de la página en blanco. Muchos escritores escriben siempre igual (en primera persona, en tercera persona…), es parte de su estilo, pero incluso ellos tarde o temprano acaban recurriendo a una voz distinta cuando cierta historia lo requiere. Es algo que «se siente», así de místico, como si alguien te dictara las frases en tu cabeza.
Como desde el principio tuve claro que mis protagonistas serían perseguidos por unos cazadores misteriosos, se me ocurrió que podría funcionar escribir con un narrador omnisciente que los seguía y conocía todos sus pasos y pensamientos y solo de vez en cuando se manifestaba como personaje anunciando lo que iba a hacer con los protagonistas. La idea me vino por Madame Bovary de Gustave Flaubert, donde en la primera escena del libro, lo que parecía un narrador en tercera persona convencional, se descubre que es uno de los compañeros de clase del futuro marido de Emma Bovary. Es decir, un testigo, alguien que quizás formará parte de las habladurías que tanto teme ella. Fue un reto complicado que dejé a medias: sumado al tiempo presente de la narración, quedaba una voz robótica e impersonal.
Para el siguiente borrador, probé con los verbos en pasado: tampoco funcionó, la huida de los protagonistas requiere algo de urgencia e inmediatez, también de incertidumbre acerca del futuro. Así que pasé a un narrador más corriente: en primera persona y en presente, tal como había escrito mi otra novela, El mar llegaba hasta aquí. Con esta voz pude terminar ese borrador y pasarlo a limpio. Estaba satisfecho de haber completado una versión de la historia, pero notaba que seguía habiendo algo extraño. Como en ningún momento se saben los nombres de estos personajes, no quedaba natural que el narrador se refiriera al otro continuamente como «él»: él conduce, él baja del coche, él me mira. Parecían acotaciones de un guion de cine.
Cuando retomé la historia en 2016, ya con su título definitivo y con la intención de que la historia, dentro de ser una distopía, contuviera algo de esperanza, también estaba preparando los relatos de El amor desordenado. En ese libro de cuentos repaso varias de mis experiencias amorosas y lo hago con un tono íntimo pero positivo, como si me dirigiera de tú a tú con mi antiguo amante ahora que guardo un buen recuerdo y de paso permitiera al lector espiar ese instante privado entre dos personas (o como si tú fueras aquel amante que el tiempo y la distancia alejó). Supongo que se parece a la voz que usan todas las canciones que me gustan para implicar al oyente.
En algún momento, se me ocurrió que quizás así, manteniendo el presente pero alternando primera persona y segunda persona, como en una canción, lograría aportar a El vacío que dejan las estrellas esa calidez que echaba en falta en los anteriores borradores. Me puse a escribir y, en efecto, gracias a esta nueva voz las frases fluyeron solas, por fin podía ver las acciones de los personajes y escucharlos sin tener que batallar contra la página en blanco. Las escenas ganaron intimidad al poder decir: «tú conduces, bajas del coche, me miras». Además, se produjo un efecto inesperado: las frases escritas en primera persona del plural, de repente quedaban épicas. Huimos, corremos, bailamos.Tenían algo de inevitable, una cadencia muy adecuada para esa huida sin retorno de los protagonistas. A partir de ese momento, tuve claro que mantendría este narrador porque por fin la novela funcionaba.
Siempre había leído la importancia de elegir una voz narrativa óptima para la historia. Es algo básico que se menciona en todos los manuales de escritura. Pero hasta que sufrí viendo cómo mi narración se atascaba o quedaba rara, no comprendí de verdad el poder que tiene ese simple cambio: el tiempo verbal y los pronombres se ajustan a la historia y viceversa. En tercera persona y en primera persona con tiempos verbales en pasado casi siempre funciona, por algo son los narradores más usados, pero si por lo que sea no ocurre así, hay que probar y experimentar, reescribir y releer para sentir los diferentes efectos. Cada libro tuyo solo tienes una manera de contarlo y primero tienes que encontrarla.
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