De todos los nombres que existen, el tuyo tuvo que ser mi nombre favorito. Yo dije uno falso en un intento de estar a la altura. Enseguida me gustaron tus piercings, los tatuajes que fuiste revelando al desnudarte, la colonia que noté con cada mordisco. Incluso me gustó que fueras impulsivo al principio pero paciente cuando lo necesité. Y tu sonrisa: siempre estallaba inesperada. No sé cómo acabamos hablando de París. El vértigo creció al ver la inscripción japonesa de tu gorra. ¿Coincidiríamos también en música, en nuestras lecturas? Para cuando quise confesarte mi nombre verdadero, ya me habías bloqueado.