Tu voz cambió después, cuando todo ya estaba manchado. De tu garganta brotó la ternura; al borde de la puerta rescataste un abrazo que incluso tú creías olvidado. Pero ese gesto nacía muerto y ambos lo sabíamos. Imposible rebobinar. Aun así, ahora que habíamos visto lo que se escondía debajo de cada disfraz, no podíamos evitarlo, nos preguntábamos sobre las otras posibilidades que nunca exploraríamos. De haberlo sabido antes… Bajé las escaleras convencido de que ahí tenía que estar la gracia, si es que la había: nunca, nunca lo sabemos.