Nos sonreímos en la oscuridad del cine. Carcajadas gemelas en una escena que tampoco era tan graciosa. Quizás solo nosotros la comprendíamos. Pronto él recordó que no estaba viendo la película conmigo sino con su novio y devolvió toda su atención a la pantalla. Le imité. Noté cómo cambiaba de postura, casi alejándose de mí. No se lo tuve en cuenta. Por un instante, incluso yo me había olvidado del asiento que nos separaba.
Algo parecido me pasa en los restaurantes. Tomo asiento como un náufrago que por fin llega a la orilla, he dado muchas vueltas en busca de un sitio donde acojan a un comensal solo, y en cuanto pido, me enfrasco en mi lectura mientras preparan la comida. Olvido la silla vacía que tengo delante. Pero está bien. Sé que algún día el camarero no tendrá que retirar tu copa y tus cubiertos. Los dos pediremos la cena con la misma facilidad que elegiremos luego la película. Y con suerte, ninguno de los dos tendrá que sonreírle a un extraño en la oscuridad del cine.
Fotografía: Théo Gosselin.
El deseo cuya respuesta nadie sabe… Y como decía Carl Jung: «La vida te hace una pregunta cuya única respuesta es tu vida». Algún día espero realmente que la encuentres.
Por cierto, pórtate bien en los cines. Je, je, je… Un abrazote.
¡Eh! Yo me porto muy bien en los cines, pero mirar es gratis… y sonreír también jeje. Un abrazo 😉