Anoche no pedí ningún deseo. La primera vez en años que no lo hago. He aprendido que los deseos se cumplen pero siempre con consecuencias inesperadas. Y molestas. Y entonces me quejo, como un niño mimado al que no le regalaron la bici del color que le gusta.
Será que en realidad disfruto más del viaje. El placer de la espera, esa carretera infinita donde sentirse invencible. Los regalos nunca vuelven a ser tan excitantes como cuando solo puedes palparlos y elucubrar. Por eso, ya no lanzaré papeles escritos a la hoguera. Las estrellas fugaces solo las seguiré porque son bonitas. Mejor no esperar nada pero desearlo todo.
Fotografía: Théo Gosselin.
Lo de «claro, cuidado con lo que deseas que se puede cumplir» me lo repito más de lo que me gustaría. Soy horrible para pedir deseos porque siempre se cumplen de la forma mala.
Deseando nos ponemos en lo mejor, pero claro, luego llega la realidad y nos da una colleja. O descubrimos que lo que deseamos y lo que queremos no es siempre lo mismo. Esa canción de los Rolling Stones: You can’t always get what you want…
«Mejor no esperar nada pero desearlo todo.» Brindemos por eso.
¡Brindemos! Y dejemos que las sorpresas nos encuentren.