Cuando lo nuestro no iba como quería, tomé la historia de una serie como faro. Así de tonto soy a veces. Si a esos dos personajes les iba bien, si superaban todas las complicaciones, significaría que nosotros también sabríamos resolverlas. Me ilusioné con ellos. Tan monos en la pantalla. Tan al alcance esa química que compartían. Sufrí cuando chocaban contra otro escollo. Desconfié si, de repente, todo se volvía a su favor: nunca es tan fácil. Después, cuando lo nuestro ya había naufragado, cada nuevo capítulo me llenó de nostalgia. Pensé que al menos me quedaría el consuelo de un final feliz en la ficción. Pero tras el desenlace, tan absurdo como cualquier ruptura, una frase que no esperas y todo ha terminado, por fin lo comprendí. Nunca existió un «lo nuestro».