Gastas la vida buscando algo que quizás no quiere ser encontrado. Como si por el solo hecho de tener un mapa, también poseyeras esa X roja y todo lo que representa. No te preguntas quién abandonó allí el tesoro y por qué. No piensas en los demás buscadores, igual de perdidos en mil carreteras y bosques y mares. Solo existes tú y tu X roja. La promesa de una recompensa. Merecida, sin duda. Nadie más se ha sentido así. Esa emoción, ese preludio de una emoción, te empuja hacia adelante. Hacia ese trozo de tierra donde no hay nada. Como mucho un árbol o una piedra. Ninguna X. Será que no entendiste bien las instrucciones o que no contaste bien los pasos. Y ahí sigues, buscando algo que nunca fue tuyo.
Es que muchas veces lo mejor llega sin buscarlo. Sólo hay que dejarse llevar. Quién sabe, puede que sea maravilloso y nunca nos lo hubiéramos imaginado.
De hecho, estoy convencida de ello. ¿Para qué buscar sólo esa X específica? Puede que aparezca otra y nos llevemos la mejor sorpresa de nuestras vidas.
Supongo que cuando hay una X marcada, no resulta fácil fijarse en el resto del mapa. Habrá que ampliar las miras.
He llegado a la misma conclusión que Atticus’ daughter: no hay que buscar, es mejor dejar que las cosas pasen sin más… A veces también es bueno cambiar de mapa y, aún mejor, es bueno vivir sin estar mirando mapas.
Nos hemos convertido en criaturas que ya no saben orientarse sin GPS o Google Maps. Pero sí, hay que volver a confiar en los instintos.