Admiro a los escritores que necesitan tan pocas palabras para expresar tanto. Admiro a los escritores que exorcizan sus demonios en cada frase. Y 80 páginas es todo lo que necesita este autor para dejarte con el corazón encogido. El nacimiento y la muerte contados con toda su crudeza y poesía. Es curioso que un libro tan triste resulte también tan, tan bonito. Y casi esperanzador. Podría alargar la reseña, pero así solo lo destriparía. Lo mejor es leerlo de una sentada y dejarse arrebatar por su caudal de emociones. Oleadas de vida, la eterna lucha.
«Llegó la contracción y él volvió a levantarla, con el rostro pegado al suyo. La frente arrugada y los ojos apretados conformaban un rostro con el que jamás había soñado. Perdida toda su belleza, la mujer parecía una criatura asexuada que luchaba con todas sus fuerzas, alumbrando con gran esfuerzo el principio del mundo. Sus risas, sus pequeñas alegrías, sus planes, todo lo que alguna vez habían conocido, parecía devorado por aquel esfuerzo, un trabajo que de pronto deseó no haber emprendido nunca, al verla tan reconcentrada, tan distinta a la mujer que él conocía.»