En ficción, hay dos tipos de argumentos que me motivan sobremanera: las historias de amor y los futuros distópicos. Así que una película que juntaba ambas cosas tenía muchas papeletas para gustarme. Y así fue. Lo que empieza como una vida idílica en la campiña inglesa mientras el resto del mundo se desmorona, pronto se convierte en una lucha por la supervivencia y el reencuentro.

Qué tendrá el amor que te desconecta del resto. Pueden caer bombas alrededor que tú sigues adelante con tus planes. Tiene un punto de insensatez adolescente. Claro que tampoco se puede culpar a alguien por querer ser feliz. Rasguños, traumas, pastillas para purificar el agua… en medio de eso, lo más normal es que prefieras ir en busca de la sonrisa de alguien que sabe hacer volar halcones. Puede que con él no hagan falta ni las brújulas ni los mapas.

Y por supuesto que las cosas no serán fáciles. ¿Cuándo lo han sido? Habrá quien se interponga, a veces faltará la comida. Pero confías en volver algún día a la vida tranquila, a las hogueras y los paseos por el campo, a sorprenderte disfrutando cancioncillas folk que en nada se parecen a los que escuchabas antes. Sí, quieres eso. Y para conseguirlo sabes bien lo que hay que hacer. Hay que lanzarse. Él te empujará, si hace falta.

«Si el mundo no se acaba, quiero vivir aquí, en casa, contigo.»