Hay juegos que te reconcilian con el mundillo. No solo por divertidos o bonitos (y este es ambas cosas), también porque hacen bien cosas que antes parecían sencillas. Child of light, en su versión para Vita, tiene edición física, incluye manual y todos los desbloqueables, se vende a un precio razonable, está traducido y doblado al castellano, dura lo justo… en fin, detalles a los que poco a poco vamos renunciando pero que realmente suman encanto a una propuesta ya de por sí encantadora.
Lemuria, el mundo de Child of light, es un cuento de hadas que cobra vida. Como pintados a mano, sus escenarios rebosan magia y belleza. Praderas con cascadas que caen del cielo, recónditas cuevas llenas de lava, ciudades de ratones mercaderes… A lo largo de su viaje, Aurora recorrerá lugares que parecían imposibles cuando pulsaste Start al principio del juego. La controlas boquiabierto, como cuando eras niño y todo te parecía nuevo.
Cuando no estés saltando o volando en busca del próximo cofre escondido, estarás enzarzado en combates por turnos de la vieja escuela. Tienen hasta barra de tiempo para marcar los turnos, como en un buen Final Fantasy: cuando algo funciona, ¿para qué cambiarlo? La peculiaridad es que la luciérnaga que te ayuda en todo el juego, aquí puedes usarla para deslumbrar a los enemigos y que así tarden más en actuar. Algo trivial al principio pero decisivo en cuanto aparecen monstruos fuertes y veloces y necesitas atacarlos antes de que lo hagan ellos, para así cancelar su turno y ganar unos segundos preciosos. Hacía tiempo que no disfrutaba de una mecánica tan sencilla como estratégica.
Child of light nos habla de esperanza. En su argumento, con la clásica batalla de luz versus oscuridad, pero también en los videojuegos en general. Hay camino más allá de los minijuegos para móviles y los títulos de presupuestos desorbitados que se olvidan a la semana siguiente. Es aquí, en Lemuria, acompañando a Aurora, donde encuentro la evolución de los cosquilleos que sentía en mi Spectrum primero y después mi Master System.
Sí, quiero juegos que me entren por la vista, como este, pero que ante todo estén bien hechos y de principio a fin me tengan en su mano. No tener que acordarme de la madre de los desarrolladores por culpa de un bug. Solo pulsar los botones precisos y que el personaje salte más alto, se haga más fuerte, que viva por mí aventuras únicas que atesoraré siempre, como en los tiempos de Sonic o Alex Kidd. Con Child of light he recordado que, a pesar de todo, aún existen los videojuegos.