Patience gets us nowhere fast

«Quizá no llegues nunca», le dijo el sabio, «lo sabes, ¿verdad?». Pero el joven no quiso escucharle. Se lanzó a correr para demostrarle que se equivocaba. Corrió allende los mares, atravesó mil campos sin reparar en los arañazos del trigo, escaló cuantas montañas veía a los lejos, corrió y corrió, y nunca llegó.

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«Solo encuentra el camino quien no lo está buscando», le dijo el sabio, «lo sabes, ¿verdad?». Pero lo único que sabía el joven era que si lo buscaba en todos los rincones, acabaría encontrándolo. Su camino. Así que siguió corriendo. Dejó que los pies se le fueran solos a pesar de las llagas. Atravesó la nieve y el fuego, corrió más allá del desierto que terminaba donde emergía la luna, buscó y buscó, en todas las cuevas y bajo cada roca apartada, pero no lo encontró.

«Quieres correr demasiado», se lamentó el sabio, agotado por tantas carreras. «Quieres correr demasiado y no sabes que tendrás una vida estupenda. Creéme. Lo sé porque yo ya la he vivido.» Y por primera vez, el joven frenó y se sentó a escucharle. El sabio habló toda la noche, le contó algunas cosas que estaban por venir, pero guardándose las mejores, «tiene que haber sorpresas», y a cada frase suya el joven tragaba saliva, sintiéndose tonto por no haberle hecho caso mucho antes.

Al llegar el alba, el sabio exhausto se evaporó en forma de palabras y el joven se vistió con ellas. Despacio, pero justo a tiempo, se había convertido en adulto. Ya solo debía subir la colina para contemplar lo que le esperara al otro lado.

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