Furusato, el lugar que consideras tu verdadero hogar

Cuando hablo de Hanakotoba, a menudo digo que me gustaría que sus palabras tejieran un puente entre culturas lejanas. No es una frase hecha. A menudo, estando en Japón, al subir las escaleras de un santuario en la montaña o al girar la esquina de una calle cualquiera, me he sentido como en casa. Como si ya hubiera estado ahí antes, aunque lo supiera imposible porque era la primera vez que lo visitaba. Ese sentimiento cálido de pertenencia a un sitio donde no necesariamente hemos nacido, en japonés se llama furusato.

Fue una de tantas palabras que me confirmaron esa conexión extraña con un país al que solo viajo de tanto en tanto, al que idealizo a través del arte y la literatura. Pero sí, ahí me siento como en casa, aunque no sepa explicar por qué. Y al ir poniendo nombre, gracias a algunas palabras japonesas, a tantas sensaciones, a tantos momentos que había olvidado y a tantos impactos que dejaron huella, al descubrirme reconocido en ciertas palabras mientras investigaba para el libro, de verdad sentí que palabra a palabra podía cruzar ese puente entre dos culturas, como si alguien invisible lo hubiera construido para que nos entendiéramos.

El otro día me hablaron de una palabra portuguesa: cafuné, el placer de pasar los dedos por el cabello de la persona amada. No existe una palabra en castellano para eso, tampoco una palabra japonesa, pero todos sabemos cómo se siente ese cafuné. En distintas épocas, en distintos lugares, todos hemos sentido lo mismo. Esta extraña conexión me parece algo especialmente valioso hoy en día, cuando intentan enfrentarnos entre culturas y entre lenguas. Yo estoy convencido de que las lenguas nos enriquecen. Ojalá pudiéramos hablarlas todas. Me gustaría haber aportado un pequeño grano de arena para que vislumbremos ese puente y lo caminemos juntos mientras hablamos con palabras recién descubiertas.

Yokomeshi, la dificultad de expresarnos en otro idioma

Cuando me puse a buscar palabras japonesas intraducibles para Hanakotoba, me chocó descubrir que los japoneses eran las personas que menos podían ayudarme en mi búsqueda. Como es lógico, al principio me planteé pedirles consejo y orientación, pero enseguida me di cuenta de que nadie es consciente del hecho de que algunas palabras de su propio idioma son especiales porque no existen en otras lenguas. Al fin y al cabo, si nos preguntaran a nosotros por palabras españolas intraducibles, de primeras no sabríamos qué responder. Las tenemos tan interiorizadas, entendemos tan bien su sentido y damos por sentados todos los matices de su significado, que jamás nos hemos planteado que para otros puedan ser justo aquella palabra que andaban buscando.

Lejos de hundirme, las dudas y titubeos que noté en los japoneses y japonesas cuando les planteé el proyecto me reafirmaron en que debía escribir el libro. Pensé que quizás a ellos mismos les sirviera para apreciar la riqueza de su idioma y les facilitara comunicarse con nosotros. Ahora, cuando les enseño el libro a mis conocidos japoneses, lo hojean con curiosidad: unos apenas pueden creer que esas palabras que ellos usan habitualmente para nosotros sean en cambio una revelación (o casi); pero otros también descubren algunos conceptos de su propio idioma que no conocían y asienten como si confirmasen algo que ya intuían.

Quizás en ese momento se acuerden de la tranquilidad que sintieron al poner nombre a hechos cotidianos gracias a palabras nuestras como merienda, morriña, duende o sobremesa. Así me sentí yo cada vez que una palabra japonesa definía algo indefinible que me había ocurrido tiempo atrás: menos solo en el mundo. Con este libro quise poner mi grano de arena para que juntos superemos el yokomeshi, esa dificultad de expresarnos en un idioma que no es el nuestro. Me gusta pensar que las lenguas son amigas y que, palabra a palabra, acabaremos todos found in translation, por darle la vuelta a la película.

Fotografía: Ben Blennerhassett.

Mano de mujer (女手): El origen femenino de la escritura en hiragana

Una de las cosas que más me gusta del japonés, en comparación con el chino, es su estilo de escritura estilizada, como si las palabras volasen sobre el papel. A este efecto visual contribuyen los caracteres cursivos del hiragana, uno de los tres sistemas de escritura que usa el japonés. Las 46 letras de este silabario fueron mi primer reto cuando empecé a estudiar este idioma hace 20 años. En el siglo X, las damas de la corte Heian aprendían a escribir con el mismo método. Aunque las cortesanas tenían acceso a la misma educación que los hombres, para ellas estaban vetados los kanji, ideogramas de origen chino que Japón adaptó a su lengua, conservando el significado pero transformando la lectura. Se consideraba que los kanji eran demasiado complicados para las mujeres. Para ellas se creó un sistema simplificado, con caracteres que expresaban sonidos en vez de significado. Sigue leyendo

Librerías donde encontrar Hanakotoba

Muchos me preguntáis dónde se puede conseguir mi libro Hanakotoba, el lenguaje de las flores publicado por Satori Ediciones.  Al ser un título que se acaba de publicar, aún no está en todas las librerías. Pero para ponéroslo fácil, dejo un listado de librerías donde sí tienen el libro, distribuidas por provincias. Al final indico grandes cadenas con varios centros que también lo venden. Y recordad que podéis encargar Hanakotoba en cualquier otra librería que tengáis cerca de casa, basta con que les indiquéis el título, la editorial y el autor; en unos pocos días les llegará. ¡Gracias por vuestro apoyo! Sigue leyendo

Cómo seleccioné las palabras de Hanakotoba

Desde que se me ocurrió la idea de reunir en un libro esas palabras japonesas que no tenían traducción en nuestro idioma, se me planteó un reto: ¿cuáles incluiría y cuáles dejaría fuera? ¿Encontraría suficientes palabras para formar un libro? Tenía claro que quería una selección rigurosa, pero en cambio no tenía nada claro cómo enfocar dicha selección.

La primera idea fue reunir solo términos positivos, bajo el título provisional de «Palabras bonitas que solo existen en japonés». Pero a medida que iba documentándome para el libro, encontraba conceptos que tenían que estar en él y que no encajaban en esa categoría. Por ejemplo, karôshi (muerte por exceso de trabajo). Así que lo de palabras bonitas quedó descartado enseguida.

Paralelamente, me fijé que muchos artículos sobre este tema incluían palabras que no podía encontrar en diccionarios de japonés, o palabras que no significaban realmente lo que indicaban, o palabras que sí tenían una traducción sencilla pero para el autor del texto sonaban mejor, o más exóticas, en japonés. Así que decidí no caer en esos errores, en la medida de lo posible. Fue una tarea titánica, sobre todo teniendo en cuenta que no soy lingüista, pero me pareció un criterio importante a la hora de elaborar Hanakotoba. Como en toda regla, hay excepciones, y la mía es hanabi, porque me pareció que nuestra palabra «fuegos artificiales» no hace justicia a esas «flores de fuego» que los japoneses ven estallando en el cielo en las noches de verano.

La palabra que me ayudó a enfocar el libro fue koi-no-yokan, premonición de amor: la sensación de que acabaremos enamorándonos de alguien a quien acabamos de conocer, casi la certeza de que será alguien decisivo en nuestra vida. Esa palabra definía bien una emoción que yo había vivido algunas veces pero que cuando intentaba explicarla en palabras, no lograba hacerlo con toda la fuerza de ese vértigo que yo había sentido. Koi-no-yokan me ayudaba a comprender esos momentos inexplicables. Y entonces comprendí que ese tenía que ser mi criterio de selección para Hanakotoba: reunir palabras sin traducción directa, sí, pero que definieran sentimientos, sucesos y objetos que seguramente todos hemos vivido alguna vez.

Una vez fijado este criterio, las palabras fueron llegando con una fluidez que me asombró. Otras, en cambio, se quedaron por el camino: tuve que prescindir de itadakimasu, un agradecimiento que se pronuncia antes de comer, porque es una tradición puramente japonesa. Yo quería palabras con las que pudiéramos empatizar enseguida; que al leerlas, cualquier lector pudiera pensar: «ah, así que eso es lo que sentí o vi aquella vez». Mi deseo era que gracias a este libro, por fin pudiéramos poner nombre a todas esas cosas que no nos habíamos planteado que pudieran tenerlo. De ahí el subtítulo del libro: «Pequeño diccionario para las cosas sin nombre».

Hanakotoba, el lenguaje de las flores se publica en Satori Ediciones el próximo 22 de abril. ¡Resérvalo ya en tu librería favorita!