Volví a aquel lugar y ya no tenía nada de sagrado. Ninguna marca indicaba el punto exacto. Podía ser en cualquier parte o en ninguna porque los lugares no guardan recuerdos, de eso nos encargamos nosotros. A pesar de la niebla que desdibujaba el horizonte, aquella seguía siendo la misma explanada que antes de que coincidiéramos allí, la misma extensión de piedras, palmeras y farolas que seguirá siendo cuando nuevos alguienes vengan a pasear una tarde de domingo, el empedrado tan dorado como ese mar que señalarán a lo lejos. Quizás lo que vine a encontrar aquí fuera la paciencia.