Con cada nuevo viaje, la misma maleta. Ya conoces el proceso. Sabes que al final pesarán más los libros que la ropa. No cargas toda la ropa, claro; te da miedo perderla, como si los recuerdos estuvieran impregnados en cada prenda y no en tu memoria. Pero quieres llevar ese polo, es tu escudo. Que alguien piense que eres alguien. Antes de salir, coges eso que siempre olvidas, la pieza que confirma que sí, que el billete es válido. Diez canciones hasta el aeropuerto, la espera que nunca puede ser corta, el vértigo entre cabezadas y finalmente el horizonte alinéandose solo para ti. Encontrar la salida es tan fácil que por un momento te crees capaz de orientarte sin mapas.