Mientras dejábamos que se enfriara el colacao, nos sentamos a hablar de mil temas. Lo hicimos con esa nostalgia que solo se tiene a los dieciocho. Recuerdo cómo se movían tus labios describiendo ese paraíso perdido, la mitad de tu cara pintada de azul por las farolas y la lluvia. Habíamos apagado la luz: mejor así. Y a cada palabra yo me sumergía más y más en aquel sofá, orgulloso de haber sabido llegar hasta tu casa. De tanto hablar, mi taza acabó helada. Recuerdo tu último abrazo transformándose en beso de despedida. Solo yo lo sentí como una puerta que se desencallaba.
Fotografía: Théo Gosselin.
Experiencias de juventud… Esas experiencias pueden desencallar toda una vida pero depende totalmente de nosotros aunque no lo vemos en algunas ocasiones. Los años sirven para que limpiemos nuestra visión y seamos conscientes de ello. Claro está, es mi experiencia.
Un abrazo.
Correcto, a menudo el valor de una experiencia solo lo percibes con el paso de los años. ¡Saludos!