Cuando por fin te tuve, recordé lo atractivo que me parecías antes, mientras aún creía que nunca te podría tener. Eras demasiado perfecto, pensaba. Enredado contigo no pensé en nada de eso, claro; enredado contigo solo tenía ojos y boca para ti, para tu cuerpo, todo. El vacío llegó después. En la calle, la misma calle de antes, ahora con el regusto de que nada hubiera cambiado. Ya solo me quedó el consuelo de saber que no te podría tener una segunda vez.