Siempre que dejo de hacer algo, lo mitifico. Puede ser que ahora no quiera hacerlo, o que no me apetezca, sin más, pero olvido esa pereza. Pienso que el problema es que ya no puedo hacerlo. Incluso me convenzo de que nunca pude. La cobardía y sus extraños caminos. Por suerte, también llega un día en que el cuerpo salta hacia adelante, como si antes solo estuviera cogiendo carrerilla, y ya no cuesta repetir, coger el ritmo. ¿Cómo pude aparcarlo? No lo sé. Pero vuelvo a tenerlo en mis manos, diminuto como siempre fue, moldeable a mi antojo, y deseo tenerlo siempre así, aunque soy consciente de que habrá más momentos de debilidad. Quizás haya que intercalar carreras y respiros. Ojalá mientras corro y mientras respiro recordase lo otro.
Fotografía: Théo Gosselin.
Álex, ¡ójala!