No piensan comprar nada y se les nota. No es que te lo adviertan, son más discretos: se llevan las manos a los bolsillos para no tocar nada, se mueven despacio, como levitando, porque hacen tiempo. Tienen alguien a quien esperar. Algunos sí que lo tocan todo, abren los libros de par en par, casi destrozándolos, con la soberbia de quien podría comprarlo todo si se le antojara, pero no piensa hacerlo. No aquí. Y tras el mostrador, tú te lamentas por tu mala suerte, deseando que algún día, a última hora, quien entre sí esté interesado. «Quiero esto», dirá con una sonrisa al acercarse, y tú se lo darás.