La sientes crecer en tu interior. Sabes que no traerá nada bueno, pero la dejas crecer. No es la primera vez. A menudo te has visto en trances similares. Cierras los puños hasta que duele. Resoplas. Hagas lo que hagas, seguirá creciendo. Lo sabes. Igual que crecen y crecen tus latidos. Deseas que al menos pase rápido. Se te nubla la vista. El estómago da un vuelco.
¿Qué ocurrirá después? Cuando ya no haya marcha atrás. Cuando todo se derrame y lleguen los gritos. Sigue leyendo