De tanto verte se desveló el truco. Demasiadas fotos, supongo, robándole sitio a la idealización. Y así, detrás de la barba imponente empecé a ver los mofletes rojos. Aprendí a descifrar cuándo tus ojos estaban tristes o solo adormilados, cuándo necesitabas mimos más que ninguna otra cosa. Sigue leyendo
