«One’s whole life revolves around a chance meeting», leía ayer poco antes de entrar al cine. Era una frase de Neil Tennant, cantante de Pet Shop Boys. Razón no le falta. En su caso, ese encuentro casual fue con Chris Lowe, la otra mitad del dúo, en una tienda de instrumentos electrónicos. Buena parte del cine y la literatura que me gusta gira alrededor de estos encuentros casuales. El de Las malas hierbas, para muchos la despedida del cine de Alain Resnais (Hiroshima mon amour), empieza con una casualidad tonta, como todos: a Marguerite le roban el bolso y Georges encuentra su cartera. «Todo empieza por alguna razón», dirá luego la colega de la protagonista.
Dos personajes tan peculiares estaban destinados a encontrarse. Excéntricos y hasta neuróticos, Marguerite y Georges sienten que no encajan en sus vidas y buscan vías de escape. Pilotar aviones, por ejemplo. Atención a la presentación de Marguerite, sin enseñarnos su cara parece que ya la conocemos de toda la vida. Las primeras frases que oíremos: «Ella tenía unos pies fuera de lo común. Por ese motivo, se veía obligada a ir a sitios a los que no habría ido de tener unos pies normales». Como para no enamorarse de alguien así. Es lo que deberíamos hacer todos: usar nuestras diferencias a nuestro favor. Somos únicos.
«Ella tenía unos pies fuera de lo común. Por ese motivo, se veía obligada a ir a sitios a los que no habría ido de tener unos pies normales». Estas dos frases, en si mismas, podrían ser un microrelato, porque te sumergen de golpe en un mundo especial y hace volar la imaginación. Precioso.
La secuencia inicial, con esas frases, y los planos que siguen, es espectacular. Me cautivó el personaje de Marguerite. Además, que últimamente pienso mucho en eso, en potenciar las cosas que nos hacen únicos. Y que la película empezase con eso… ¡PAM!